martes, 4 de octubre de 2011

Los niños que vivieron


Yo quiero...-dijo James.
-NO!!!!!-interrumpió Sirius-Tu! -dijo señalando a Lily- quien es este y que hiciste con mi amigo?
-¿que te pasa Sirius?- dijo Lily molesta- este es James y no le hice nada.
MENTIRA!-respondió- Cornamenta jamás, pero jamás leería un libro y menos opcionalmente.
Al terminar de decir todos los hombres a excepción de Dumbledore se rieron, mientras que las mujeres rodaban los ojos.
-déjense de niñerías- dijo Lily echa una furia-debemos empezar a leer.
-Lily tiene razón-dijo Dumbledore- James por favor.
-Claro-dijo James- el primer capitulo es los niños que vivieron.
Como que los niños que vivieron?-pregunto Lily asustada- no le habrá pasado nada a nuestros niños.
Amor- dijo James- lo averiguaremos si seguimos leyendo.
-Lily solo asintió con la cabeza.
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban
orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas
que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no
estaban para tales tonterías.

-Dursley?-dijo Lily-ese es el apellido del hombre con el que se caso mi hermana, ¿Por qué habla de mi hermana en un libro de mis hijos?- Lily tenia un muy mal presentimiento sobre esto.
-No lo se- dijo James pensando en lo mismo.
-Tal vez lo descubramos si seguimos leyendo- dijo Dumbledore tranquilo.
-Claro señor-dijo James retomando la lectura.

El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba
taladros.

 -¿Taladros?- pregunto Sirius- ¿Qué es eso?
-Son unas maquinas para hacer un hueco en la pared- dijo Lily.
- Y para que demonios quiere hacer alguien un hueco en su pared?
-bueno, para muchas cosas, como colgar un cuadro....- empezó Lily pero al ver que Sirius ponía cara de idiota dijo- Lugo te lo explico.
Claro pelirroja-dijo Sirius- pero debes prometerlo.
-Cállate Black- dijo Lily mirando a su esposo para que siguiera leyendo


Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote
inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de
lo habitual,

-Ja -dijo Sirius- tu hermana es una Jirafa.
Lily se limito a fulminar a Black con la mirada

 lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo
estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos. Los Dursley
tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor
temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía
años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,

-Y yo que intentaba volver a caerle bien- dijo Lily- eres una celosa porque yo soy bruja y tu no -dijo Lily con lagrimas en los ojos.
-Tranquila amor- dijo James- son unos grandes Muggles y no merecen tus lagrimas
Lily solo asintió con la cabeza y James continuo leyendo pero sin dejar de abrazar a Lily.

 porque su hermana y su marido, un completo inútil,

-Ey-dijo Sirius- Cornamenta no es un inútil...., si es lento, pero no inútil.
-Gracias Canuto- dijo James con sarcasmo- se nota que eres un gran amigo.
-Por nada Cornamenta-dijo Sirius con una sonrisa.
James rodo los ojos y siguió leyendo.
 eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter tenían 2 hijos pequeños, pero nunca los habían visto. Los niños eran otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con unos niños como aquellos.

-Como aquellos?-dijo Lily- mis hijos son mucho mejores que Dudley.

Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un
martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada
había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos
que poco después tendrían lugar en toda la región.

-¿que acontecimientos?-dijo Alice un poco preocupada.
-No se- dijo Lily- pero tengo un mal presentimiento.
 El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.
Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.

-¿Qué hace una lechuza en el mundo Muggle?-dijo Remus- eso no es normal.

A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en
la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño
tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo
entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó
del número 4.

Que niño mas educado-dijo Molly con sarcasmo.

Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato
estaba mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley no se dio
cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había
un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había
estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y
contempló al gato. Éste le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta
a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel
momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los
gatos no saben leer los rótulos ni los planos).

-Apuesto 3 galeones a que es usted Minie- dijo Sirius.
-No me diga Minie Black-Grito la profesora McGonagall roja de furia.

 El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.
Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras
esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran
cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.

-¿que hacen magos con los Muggles?-pregunto Arthur.
-No lo se señor Weasley- dijo McGonagall- pero si seguimos leyendo seguro lo averiguaremos.

El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban
entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los
desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa
verde esmeralda! ¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna
tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía
que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al
aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del
noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse
en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que
las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.
La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin
embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a
cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.

-Se nota que es una persona adorable- dijo sarcásticamente Gideon.
-Totalmente-dijo le siguió Fabián.

 Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al
lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían
nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha.
Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas
palabras de su conversación.
—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
—Sí, sus hijos, Harry y Jaly...

-¿que... que paso con nuestros hijos?- pregunto Lily nerviosa.
-No lo se amor-dijo James nervioso también.

El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que
murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su
secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había
terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó
los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no
era un apellido tan especial.

-si que lo es-dijo James ofendido. Los otros merodeadores asintieron.

 Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían unos hijos llamados Harry y Jaly. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que sus sobrinos se llamaran asi. Nunca los había visto. Podría llamarse Harold y Jamie.

-Yo jamás llamaría a mis hijos así- dijo James indignado- todos lo Potter tenemos que tener nombres geniales.
La sala sol rodo los ojos ante lo engreído de James.

 No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...!

-Ja!-dijo Alice- ya hubieras tu querido una hermana como Lily.
Lily sonrió a su mejor amiga y esta se la devolvió.

Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las
cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un
hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.
Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa
violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con
una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de
los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que
alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como
usted deberían celebrar este feliz día!

-¿Se ha ido?- dijo McGonagall.
-Al parecer-dijo Albus.
-No se ustedes-dijo Lily- pero a mi esto me da un mas presentimiento.
Todos la miraron pero no dijeron nada, James continuo leyendo.

Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un
desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso
fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa,
deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes,
porque no aprobaba la imaginación).
Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su
humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento
estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía
unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

-Ve le dije que era usted Minie -dijo Sirius- apuesto tres galeones a que lo es.
-Eso no lo sabemos -dijo McGonagall-  y deje de llamarme Minie.

—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.


-Eso no servirá con minie-dijo Sirius.

El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se
preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la
casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le
informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que
Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).

-Que maleducado  -dijo Molly. Todos asintieron.

 El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy
las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas
habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han
producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la
salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas
han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—.
Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo.
¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han
tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent,
Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí
ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a
celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores!
Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran
Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los
Potter...
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien.
Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de
todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

A Lily se le aguaron los ojos.

—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—.
Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con
aspecto raro...
—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se
preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se
atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—Sus hijos... deben tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y cómo se llamaban? Howard y Jamie, ¿no?
—Harry y Jaly. Unos nombres vulgares y horribles, si quieres mi opinión.

-porque Dudley es un nombre hermoso- dijo sarcásticamente Sirius.
Todos en la sala a excepción de los profesores rieron por el cometario de Sirius.

—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí,
estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley
estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del
dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí. Miraba con
atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo.
¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los
Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que
no podría soportarlo.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente,
pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su
mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque
los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a
él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de
ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo
que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué equivocado estaba!

-¿Por qué esta equivocado?-pregunto nerviosa Lily.

El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en
la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una
estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló
cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas
volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo
tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola
del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy
anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el
cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas
con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de
unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la
hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en
donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy
ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo
observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde
la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre
dientes y murmuró:
—Debería haberlo sabido.

-Ve le dije que era usted- dijo Sirius.
-Aun no han dicho que sea yo señor Black- dijo McGonagall
-No pero es obvio -dijo Sirius.
Todos rodaron los ojos pero no dijeron nada.

Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de
plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se
apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a
oscuras.

-wow- dijo sirius- yo quiero uno! ¿Dónde lo consiguió?
-yo lo invente-dijo Dumbledore.
Sirius abrió los ojos como platos pero no dijo nada mas.

 Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que
quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba.
Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora
Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que
sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue
hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró,
pero después de un momento le dirigió la palabra.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

-Ja lo sabia-dijo Sirius en son de victoria- me deben tres galeones
-Canuto- dijo Remus conteniendo la risa- nadie secundo tu apuesta así que te debes a ti mismo tres galeones.
Remus , James y los gemelos se pusieron a reír, pero al  ver la cara que Sirius puso toda la sala estallo en carcajadas, incluso McGonagall se reía disimuladamente.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la
sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que
recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba
una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía
claramente disgustada.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

-porque es obvio minie- dijo sirius recuperando el bue humor. Bueno era Sirius era difícil por no decir imposible que lo perdiera

—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de
ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por
una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.

-Creen que sea verdad que el se ha ido?- pregunto Alice.
-Pues eso espero -dijo Frank aunque no se lo veía muy convencido.
-Pues lo sabremos si seguimos leyendo-dijo Dumbledore sin inmutarse.

La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía
que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta
de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana
del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas
fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo.
Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho
sentido común.

-El me cae muy bien-dijo James- siempre estaba de buen humor.

—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido
tan poco que celebrar durante once años...
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una
razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las
calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia
rumores...
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que
éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

Todos en la sala esperaban la misma respuesta de la profesora McGonagall.

—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber
desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se
ha ido, ¿no, Dumbledore?
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le
gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué?
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta
mucho.
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si
considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía,
aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede
llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once
años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre,
Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero
Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe».
Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la
exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el
único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes
que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora
Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.

Los merodeadores y los gemelos estallaron en risas al instante, y les costo mucho calmarlos, solo después de miradas envenenadas de McGonagall hacia los cinco y de Lily y Molly a los merodeadores y los gemelos respectivamente.

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe
lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo
detuvo?
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa
estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría
pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal
intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera
«aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era
verdad.

Toda la sala pensaba lo mismo, que no lo creerían hasta que Dumbledore lo confirmara.

 Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció
en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter
están... están... bueno, que están muertos.

-NO!!!- grito Sirius- no, no puede ser verdad...-se lamentaba Sirius.
Lily por su parte lloraba en el hombro de James, James intentaba ser fuerte, pero eso no evito que unas lagrimas se le escapaban por la mejilla, Remus por su parte estaba en shock, no podía creer que sus amigos los que lo habían apoyado habían muerto.
Los demás en la sala sollozaban en silencio, excepto Hagrid,  que hacia un ruido tremendo, pero a nadie le importaba, todos estaban ensimismados sollozando.
Frank al ver que James estaba tan mal y además estaba consolando a Lily tomo el libro y continuo leyendo

Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar los hijos de los Potter, alos gemelos Harry y Jaly...

-NO!!!-dijo esta vez Lily- no mis bebes, ellos no.
-Tranquila Lily- dijo James aunque el también estaba muy mal- Este libro fue enviado para que lo cambiáramos, y eso es algo que va a cambiar.
Todos asintieron pues nadie iba a dejar morir a Lily y James

 Pero no  pudo. No pudo matar alos niños. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no
pudo matarlos, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha
ido.

-Mis hijos sobrevivieron y acabaron con Lord Voldemort?-dijo Lily mas que asombrada.
-Al parecer-dijo Dumbledore. El solo pensaba en que la profecía estaba mas cerca de cumplirse y al parecer serian los Potter y no los Longbottom.

Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —Tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo
que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a unos niños? Es asombroso... entre
todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivieron los gemelos en nombre del
cielo?
—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo
sepamos.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos,
por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo
y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número;
pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía
de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a
decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a entregar a Harry  y Jaly a su tía y su tío. Son la única familia que les queda
ahora.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la
profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no
puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta
de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por
la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry  y Jaly Potter no pueden vivir ahí!
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán
explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

-profesor- dijo Lily entre sollozos- de verdad cree que se la entregaran. Y además, como se le ocurre entregárselos a mi hermana después de saber como me odia a mi?, seguro los tratara igual.
-si- secundo Sirius- y que somos nosotros?, digo, Lunatico y yo somos sus padrinos, yo de ambos y Remus de Jaly, pero si yo no puedo el estará y viceversa- dijo Sirius molesto de que Dumbledore no los cuente a ellos.- Y ademas aunque ambos faltemos alguna familia de magos siempre quedra acogerlos.
-la verdad es que no se por que lo hice, pero seguro lo averiguaremos- dijo Dumbledore, la verdad es que el tampoco sabia porque había actuado así.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—.
Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás los
comprenderá! ¡Serán famosos... una leyenda... no me sorprendería que el día de
hoy fuera conocido en el futuro como el día de Jaly y Harry Potter! Escribirán libros sobre
ellos... todos los niños del mundo conocerán sus nombrea.
—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus
gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famosos antes de saber hablar y
andar! ¡Famosos por algo que ni siquiera recuerdan! ¿No se da cuenta de que será mucho
mejor que crezcan lejos de todo, hasta que estén preparados para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo van a llegar los niños hasta aquí,
Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía
tener escondido a Harry.

-No lo creo-dijo Lily- hay podrían ahogarse.
-tienes razón- dijo la profesora McGonagall avergonzada- creo que no lo pensé.

—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.

-Gracias profesor- dijo Hagrid con una sonrisa.
-Solo es la verdad- respondió Dumbledore.

—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a
regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene
la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte
mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta
ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó
del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía
parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco
veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y
además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi
toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y
sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos
musculosos sostenía un par bultos envueltos en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con
cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Los he
traído, señor.

-Mi moto-dijo Sirius, mas bien grito-Aparece mi moto!!!
Y empezó a cantar una canción empalagosa de mi moto, mi moto

—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero los saqué antes de que los muggles
comenzaran a aparecer. Harry se quedo dormido mientras volábamos sobre Bristol. Por su lado Jaly esta como adormecida.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas del primer bulto. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro
azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un
relámpago.
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la
rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.
La profesor McGonagall no tuvo tiempo de responder  ya que Jaly se había empezado a mover, en cuanto estos se niclinaron la pequeña se cargo primero de Dumbledore para luego subirse en Hagrid y mostrarle una sonrisa a la profesora. Todos sintieron como que se les partía el corazón, esa niña inocente y tan dulce se había quedado sin padres ni nada de familia mas que su hermano, y viviría con muggles durante once años.

La situación en la sala no era muy diferente, todos lloraban por la acción de la pequeña niña.
-Oh, Jaly...-dijo Lily pero no pudo continuar porque Jaly al oír su nombre y ver a su mamá tan triste, intento salir al no poder salir, nadie sabe como se apareció afuera de las rejas del corral, todos quedaron anonados, una niña de menos de medio año ya había mostrado magia, ysobre todo una aparición, la mayoría de los niños desarrollaban magia mínimo a los cinco año, y con suerte lograban hacer levitar algo.
Jaly llego rápidamente donde su mamá, se trepo hasta su regaso y le limpio las lagrimas y le dijo:
-mamá no yodez pod mi, podfavod-dijo la pequeña.
Lily y James solo abrazaron a la pequeña.
Mi ahijada es muy poderosa-dijo Sirius intentando aligerar el ambiente, lo cual funciono ya que todos sonrieron y rodaron los ojos.

 Bueno, déjalos aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley
—¿Puedo... puedo despedirme de ellos, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry  y Jaly, que estaba adormilada ya otra vez envuelta en mantas y les dio un beso, raspándolos con la barba, Jaly medio dormida esbozo una sonrisa radiante y se quedo dormida. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero
no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y  los pobrecitos de Jaly y Harry tendrán que vivir con muggles...
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró
la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras
Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente.
Dejó suavemente a Jaly y Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las
mantas de la niña y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres
contemplaron los pequeños bultos. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora
McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore
irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer
aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius.

Sirius estaba demasiado triste para comentar algo sobre su moto.

Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio
una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el
aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore,
saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz
por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el
Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se
encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y
pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la
calle. También pudo ver los bultos de mantas de las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, Jaly y Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su
capa, desapareció.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa
bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que
ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas,  mientras que Jaly Potter dormía tranquila sin despertarse. Unas manitos pequeñas se cerraron sobre la carta y siguieron durmiendo, sin saber que eran famosos, sin saber que en unas pocas horas los haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que Harry iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley. Mientras que Jaly cambiaba cada nada su apariencia y era castigada por sus tíos.
 No podían saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Jaly y Harry Potter... los niños que vivieron!».

Terminaron de leer el capitulo, nadie podía hablar, después de un momento Frank hablo y a quien le toca leer -dijo
Yo lo hare- dijo la profesora McGonagall....

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