domingo, 9 de octubre de 2011

Reencuentro (las cartas de nadie)


La luz blanca volvió a aparecer....
Apareció una chica girando fuertemente, pero ella no se cayo, ni siquiera se tambaleo, cuando termino de girar, estaba parada tan estable y tranquila como si llevara ahí un buen rato.
Todos los del pasado estaban sorprendidos con la visitante, era bajita, hermosa, tenia el pelo negro y los ojos verde esmeralda, era muy parecida a Lily, casi copias, exceptuando el pelo que era negro azabache, largo hasta la cintura.
La visitante tenía una sonrisa sobrecogedora, sus ojos trasmitían cariño, a las primeras personas que vio fue a James y Lily, estos la miraban fijamente, no podían creer que estuvieran viendo a su hija, ya que solo era unos años menor que ellos. Pero era su hija, se levantaron, y los tres se fundieron en un tierno abrazo, Jaly tenia lagrimas en los ojos para desconcierto de Ginny, ya que solo una vez la había visto llorar.
-Jaly- dijo Lily con la voz entrecortada. Aun no podía creerlo.
Jaly solo sonrió, ya que no sabia si podía hablar.
Jaly abrazo esta vez solo a su madre.
-Yo... lo siento..... Por haberlos dejado-dijo Lily llorando.
Jaly intentaba no llorar con poco éxito, una lagrima se escapo por su mejilla.
-Mama..... -empezó Jaly, pero no pudo continuar ya que Lily lo corto.
-¡Me ha dicho mama!-dijo Lily emocionada a su esposo.
El solo sonrió, al igual que Jaly.
Por un momento los tres se quedaron viendo fijamente hasta que la voz de alguien los distrajo.
-Y no hay un abrazo para tus padrinos-dijo Sirius aparentando estar dolido-O por lo menos un hola.
--Claro que si-dijo Jaly y lo abrazo, lo extrañaba tanto, había sido, junto con Remus lo mas cercano a un padre que había tenido. Además sin contar de que su muerte había sido su culpa.
En cuanto se separo de sirius, se giro a Remus.
-Remus- dijo Jaly y lo abrazo fuertemente. Le gustaba verlo tan joven y lleno de vida, no como estaba  cuando lo dejo. Después de la batalla, sin vida. Y todo, también había sido su culpa, tanto lo bueno como lo malo.
Cuando se separaron, esta fue a saludar a los señores Weasley, la saludaron cariñosamente. También saludo a los gemelos Prewett, hay entendió de donde Fred y George sacaron lo bromista, eran los mismos. Mas bien, parecían cuatrillizos en vez de dos parejas de gemelos.
Saludo a la profesora McGonagall un poco mas formal, luego siguió Ginny, con la que hablaría mas tarde. Al saludar a Dumbledore, lo noto prácticamente igual a como había estado hasta su quinto año, este la saludo tranquilamente, y al final, ella lo había dejado a propósito, fue con Snape.
-Hola Snape-dijo Jaly, estaba un poco nerviosa.
-dime...-empezó Snape, pero Jaly lo corto.
-No podemos adelantarnos en nada-dijo Jaly- son las reglas.
-Esta bien-dijo este. Jaly no se pudo contener.
-Gracias-dijo simplemente mientras lo abrazaba, hecho que desconcertó a los merodeadores, y que los hizo retener el impulso de separarlos. Snape le devolvió el abrazo torpemente.
-No hay nada que agradecer-dijo tranquilo, aunque se podía notar un tanto de cariño en su voz.
Jaly simplemente le sonrió y se fue a sentar, por petición de su madre, entre ella y du papa.
-Siento que nos estamos perdiendo de algo- dijo sirius.
Jaly simplemente sonrió y dijo "ya lo entenderas"
-Pero...- trato de replicar Sirius.
-Pero nada- dijo Jaly tranquila, lo dirá en los libros y no adelantaremos nada.
-Hablando de eso creo que debemos seguir leyendo-dijo McGonagall.
-Que lea Jaly-dijo Sirius como en barra.
-mmmm.... creo que seria un poco incomodo leer mi vida y la de mi hermano-dijo Jaly intentando escabullirse.
-No, debes hacerlo-dijo Sirius, y ya que Jaly lo extrañaba accedió.
-Pasenme el libro-pidio.
McGonagall se lo dio y empezo a leer.
-El primer capitulo se llama "Las cartas de nadie"
-¿De seguro Hogwarts no?-dijo Fabián
Jaly y Ginny se encogieron de hombros.
La fuga de la boa constrictora les acarreó a los hermanos el castigo más largo de su vida. Cuando les dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano
-Espero que no hable literalmente-dijo Lily viendo a Jaly.
-Todo lo que dice en el libro es cierto-dijo Jaly- casi nunca usa el sentido figurado. Todo lo muestra tal y como paso desde la perspectiva de Harry y mía, aunque mas adelante será mas exclusiva de Harry.
-¿Por qué?-dijo James.
-Porque yo me entero de las cosas antes-dijo Jaly- y no mas preguntas -dijo al ver que todos iban a empezar a hacerlo.
y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sen­tían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: ca­zar a Harry.
-pobre mi bebe-dijo Lily.
Jaly siempre estaba con Harry, Dudley y su banda no le decían nada, porque nadie podía decirle algo sin trabarse con sus propias palabras o ponerse nervioso sin explicación, ella siempre estaba tranquila y con una sonrisa, era mas fácil hacer enojar a una estatua que hacerlo con Jaly.
-¿A quien sacaste esa personalidad?- pregunto Remus- Ninguno de tus padres se queda tranquilos, de hecho es muy fácil hacerlos enojar.
-Nose-dijo Jaly encogiéndose de hombros- Harry dice que tengo las personalidades de todo el mundo mágico mezclados en mi, excepto la de los mortífagos.-dijo tranquilamente y siguió leyendo.
Harry y Jaly pasaban tanto tiempo como le resul­tara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí hablando entre ellos, y pen­sando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secun­daria y, por primera vez en su vida, no irían a la misma clase que su primo.
-Claro que no-dijo Gideon.
--Irán a Hogwarts-dijo Fabián.
Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Ellos en cambio, iría a la escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día     —dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?
     No creo que sea algo bueno —dijo apareciendo de repente Jaly—. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu ca­beza y pueden marearse. —Harry salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que Jaly le había dicho, ella empezó a caminar tranquila en la dirección de su hermano, para cuando Dudley entendió la ofrnsiva, esta yo lo había alcanzado.
-Buena esa-dijo Sirius riendo, y no era el único, los merodeadores, los gemelos u Ginny reían a mandíbula batiente.
Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Lon­dres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Jaly y Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que vieran la televisión y les dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.
-que feo-dijo Ginny.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la fami­lia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting lle­vaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y som­brero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrena­miento para la vida futura.
Mientras miraban a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de ma­yor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse. Mientras Harry estaba rojo por el esfuerzo, Jaly estaba totalmente rígida y con los labios fruncidos, en un intento por no estallar en carcajadas.
En la sala no se esforzaban por no reírse, todos reían, imaginándose a Dudley.
A la mañana siguiente, cuando  fueron a tomar el de­sayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregade­ro. Harry se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frun­ció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a pre­guntar algo.
—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
-Ni uniforme le compra-dijo Lily molesta.
-De seguro ya sabe que irán a Hogwarts y lo hace solo para molestarlo- dijo James, mientras Sirius escribía en el pergamino de bromas.
Harry volvió a mirar en el recipiente.
—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado. Jaly rio disimuladamente.
-Tienen el sentido del humor de Cornamenta-dijo Sirius riendo.
—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy ti­ñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termi­ne, quedará igual que los de los demás.
Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que lle­vaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
-Seguro-dijo Jaly bajito, nadie la escucho.
—¿y yo que usare? —dijo Jaly.
—La vecina de alado tiene unos uniformes pequeños y te los dará—dijo tía Petunia cortante.
Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.
—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, de­trás de su periódico.
-Milagro-dijo Sirius-lo hará trabajar.
—Que vaya Harry
—Trae las cartas, Harry.
—Que lo haga Dudley.
—Pégale con tu bastón, Dudley.
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había cuatro cartas en el felpudo: una postal de Marge, la her­mana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y dos cartas idénticas para Harry y otra para Jaly.
-Las cartas de Hogwarts-dijeron todos.
Harry recogió la suya y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, les había escrito a él y su hermana. ¿Quién podía ser? No tenían amigos ni otros parientes. Ni siquiera eran socio de la bibliote­ca, tal vez Jaly,
-Seguro que lo es- dijo Sirius mirando a Jaly.-Es una mini Evans.
-No lo era-dijo Jaly.
-Y yo ya no soy Evans-dijo Lily- soy Potter.
 pero no le enviarían a el. Sin embargo, allí estaba, unas cartas idénticas diri­gidas a ellos de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
Y la de su hermana.
Señorita J. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
Los sobre eran gruesos y pesados, hechos de pergamino amari­llento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeral­da. No tenía sello.
-Definitivamente Hogwarts-dijo Sirius.
Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al so­bre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la coci­na—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bom­ba? —Se rió de su propio chiste.
-¿Eso era un chiste?- dijo sirius con el seño fruncido-¿En donde le ve lo gracioso?
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su car­ta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y len­tamente comenzó a abrir el sobre amarillo. Se había olvidado de entregar la suya a Jaly, ya que ella estaba distraída no lo vio.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgus­tado y echó una mirada a la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal estado.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, han re­cibido algo!
.niño estúpido-dijo Fabián.
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.  Jaly reacciono pero ya era tarde. Solo logro ver la dirección de las cartas, ¿quien averiguaba hasta donde dormía alguien para enviar una carta?, tenia un buen presentimiento respecto a la carta, sentía era de suma importancia, el grito de Harry devolvió a Jaly a la realidad.
-Es cierto que es un poco raro-dijo Lily.
-Si-corroboro Jaly- pero si no fuera por eso no hubiera sabido que era relacionado con lo que podíamos hacer.
-Si, tienes razón-dijo Lily- Y hablando de ello, ¿Cómo es que hacías magia tan avanzada sin haber entrado a Hogwarts siquiera?
-No lo se- dijo Jaly pensativa- recuerdo que podía hacer lo que quisiera desde que era bebe, solo que en ese entonces solo era ocasionalmente, magia accidental.
Pero exactamente como...-insistio Lily.
-Si yo lo se el libro lo dira-dijo tranquilamente Jaly- sino me haces las preguntas en vano.
-¿Pero lo sabes?-pregunto esta vez James.
-Tal vez-dijo Jaly- no adelantare nada, ahora  sigamos leyendo.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la misma veloci­dad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segun­dos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.
Dudley trató de coger alguna  de las cartas para leerla, pero tío Vernon las mantenía muy altas, fuera de su alcance. Tía Petunia cogió la carta de Jaly, la abrió y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la gargan­ta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
-¿tanto miedo le tienen a la magia?-dijo Gideon.
Se miraron como si hubieran olvidado que Jaly, Harry y Dud­ley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Fuera de aquí, los tres —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
-Así se hace-dijo Sirius.
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, y a Jaly por el brazo. Los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradu­ra. Jaly, solo se acerco a la puerta para oír con claridad. En la lucha ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.
-que mal-dijo Sirius.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duermen? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
No necesitan vigilarlos para saber esas cosas-dijo sirius.
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon, agitado.
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...
-No funcionara-dijo Otravez Sirius.
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
-sera peor-dijo Sirius sonriente.
-Sirius-dijo Lily enojada.
-¿que?-dijo Sirius.
-CÁLLATE-grito Lily- quiero terminar el capitulo hoy.
-pero sin comentarios no hay  chiste-replico Sirius.
-Contra mas interrumpas mas tardaremos en comer- dijo Lily sabiendo que eso funcionaria.
-Vamos Jaly lee rápido-dijo sirius apresurado- y nadie hable.
Lily sonrió, y Jaly continuo con la lectura.
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¡Peor a dos! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peli­grosa tontería?
Harry y Jaly volvieron a su alacena, Jaly parecía perdida, tenia varias cosas en la cabeza, todas relacionadas con la carta, esa carta era muy diferente ya que, nadie averigua donde duerme alguien para enviarle la carta, también estaba la reacción de sus tíos, se habían puesto muy nerviosos, y tío había dicho que querían acabar con esa peligrosa tontería...
-Eres muy intuitiva-dijo Remus a Jaly. Esta solo se encogió de hombros.
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a los hermanos en su ala­cena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién nos escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La quemé.
-hijo de...-empezó Sirius.
-Señor Black-dijo McGonagall sin paciencia- no se atreva a decir cosas así.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba nuestra alacena en los sobres.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon. Respiró profundamente y luego sonrió, esfor­zándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
—Ah, sí, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya son muy mayores para esto... Pensamos que estaría bien que se muden al se­gundo dormitorio de Dudley
—¿Por qué? —dijo Jaly
-y todavía se quejan-dijo Sirius.
—¡No hagan preguntas! —exclamó—. Lleven sus cosas arriba ahora mismo.
Eso complicaba un poco a Jaly, ya que tenia , muchas notas ocultas en un rincón de su alacena, debajo de la cama. No sabia como podría llevarlo.
-Nos olvidamos de eso-dijo Lily- eso será una complicación.
-No tanto-dijo Jaly y continuo leyendo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitual­mente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél.
-Tenia dos habitaciones y ustedes dormían en una alacena-dijo Lily furiosa, Jaly sabia que era mejor que se calme, a si que siguió leyendo.
En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. En cuanto Harry se fue, Jaly saco todas sus notas y las guardo en una cajita, se concentro totalmente y la cajita de metal se encogió a un tamaño que pudo meterlo en el bolsillo.
-eso es magia avanzadísima-dijo McGonagall sorprendida.- muchos alumnos que cursan los extasis no pueden hacerlos.
-Podia hacer varios hechizos avanzados-dijo Jaly- no es gran cosa, y ya que lo saben, no interrumpan cada vez que usamos magia.
En cuanto Jaly entro al cuarto se sentó en la cama a lado de Harry. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rin­cón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una pata­da cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire compri­mido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que pa­recía que nunca había sido tocado.
-Seguro-dijo Lily.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró. Jaly adivino lo que pensaba su hermano.
-¿Quien crees que nos envió la carta?-pregunto Harry.
-No se-dijo Jaly,-pero algo me dice que la volverán a enviar.
-Otra vez tu gran intuición-dijo Remus bajito y nadie lo escucho, excepto Jaly que fingió no haberlo hecho, ya no le gustaba llamar la atención.
-Eso espero-dijo Harry y se tumbo a dormir, cuando Jaly estuvo segura de que este estaba bien dormido, volvió a ampliar su cajita, y la metió debajo de la cama bien escodida.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos esta­ban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmo­ción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del inver­nadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habita­ción.
-La magia hace milagros-dijo James.
-Totalmente de acuerdo-dijo Sirius- y mas el miedo a la magia.
Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargu­ra pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo. Jaly cada vez sentía mas fuerte un buen presentimiento sobre las cartas, y sabia, quien sabe como, que volverían a enviar las cartas. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.
-que...-empezó Remus pero no pudo continua por que Sirius grito.
-NO GUANTO EL HAMBRE Y QUIERO TERMINAR EL CAPITULO PARA COMER, así que nadie hable.
Jaly rio disimuladamente y siguió con la lectura, si había algo que movía a Sirius era la comida.
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer es­fuerzos por ser amable con Harry y Jaly, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otras más! Señor H. Potter y Señorita J. Potter, El Dormitorio Más Pe­queño, Privet Drive, 4...
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asien­te y corrió hacia el vestíbulo, con Harry y Jaly siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le re­sultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello, Jaly, simplemente esperaba un descuido, sabia que era inútil pelear con ellos a fuerza. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con las cartas de los hermanos arrugadas en su mano, jadeando para recuperar la respira­ción.
—Vayan a su alacena, quiero decir a su dormitorio —dijo a Jaly y Harry sin dejar de jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. Jaly había tenido razón, lo habían vuelto a intenta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se ase­guraría de que no fallaran. Tenía un plan.
-Los planes de Harry nunca funcionan- dijo Ginny.
Jaly le sonrió, eso era verdad, a Harry nunca le salía nada según lo planeaba, y esa no era excepción.
Jaly estaba totalmente tranquila en su habitación, sabia que si ya lo habían intentado dos veces, lo volverían a intentar. Esperaría tranquila, sabia que su hermano tenia un plan para conseguirlo, y ella quería que su hermano averiguara por si mismo lo de la magia, aunque si no lograban tener la carta hasta su cumpleaños dentro de un poco mas de una semana, le diría todo lo que había deducido. Y harían esfuerzos aun mas grandes por conseguir las cartas.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silen­cio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escale­ra sin encender ninguna luz. Había decidido dejar a su hermana fuera, aunque Harry pensaba que seguía dormida, esta ya estaba despierta y siguió a Harry.
Harry esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y reco­gería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG!
Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!
-Ven-dijo Ginny- las cosas nunca le salen como planea.
Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dor­mir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver seis cartas escritas en tinta verde.
—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompien­do las cartas en pedacitos ante sus ojos.
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.
—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la boca lle­na de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extra­ña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tra­tando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fru­ta que tía Petunia le acababa de llevar.
El viernes, no menos de veinte cartas llegaron para Harry y Jaly. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas po­cas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.
-si las siguen ignorando-dijo Fabián.
-Empeorara y empeorara-termino Gideon.
Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de que­mar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.
-Loco-murmuro sirius.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Cuarenta y ocho cartas para los hermanos entraron en la casa, escondidas entre cuatro docenas de huevos, que un muy desconcertado le­chero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse con ustedes? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremen­te, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no lle­garán las malditas cartas...
-Esta muy equivocado -dijo Hagrid.
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mien­tras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.
-¿Y porque no agarraba una del piso?-dijo Remus.
-No lo se-dijo Jaly.
Jaly bajo rápidamente de su habitación, pero no pudo entrar.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al reci­bidor. Jaly no había logrado entrar, ya que tía Petunia la había detenido Cuando tía Petunia. Dudley salió corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con cal­ma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
-Ya perdió el juicio-dijo James.
-Ya esta loco- afirmo sirius.
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arranca­do, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos des­pués se habían abierto camino a través de las puertas tapia­das y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
-Que idiota-dijo Remus.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Pe­tunia se atrevía a preguntarle adónde iban. De vez en cuan­do, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —mur­muraba cada vez que lo hacía.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al lle­gar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco pro­gramas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspec­to lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley, Harry y Jaly compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley durmió en una, y Harry con Jaly en la otra. Dudley roncaba, pero Harry permane­ció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplan­do las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de tri­go, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
-No hablen de  comida que me da hambre-dijo Sirius.-Que esperas sigue leyendo que ya quiero comer.
Jaly sonrió y continuo leyendo.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter o la señorita J. Potter? Tengo como doscientas de éstas en el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rá­pidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petu­nia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en mar­cha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mi­tad de un puente colgante y en la parte más alta de un apar­camiento de coches.
-¿Que quiere hacer?- dijo Extrañado Remus.
-Ya aparecerá -dijo tranquilamente Jaly.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que los hermanos se acordaran de algo. Si era lu­nes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), en­tonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Jaly y Harry. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Durs­ley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
-Exactamente-dijo James- ese es el día mas esperado por todos los niños magos.
-ese gue el mejor cumpleaños que tuvimos-dijoJaly.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
-¿Qué será?-se pregunto Lily en voz alta.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera ima­ginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eterni­dad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habita­ciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
-Inútil-dijo Sirius en voz baja.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a pun­to de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba. Jaly sabia que, a pesar  de  estar en medio de la nada, las cartas llegarían, principalmente porque sabia que en su cumpleaños averiguaría todo, aunque no sabia como aun.
-¿Como sabes las cosas que van a pasar?-dijo Remus, la verdad es que no dejaba de pensar en ello.
-No lo se- dijo Jaly encogiéndose de hombros-supongo que es intuición.
-Una muy fuerte-dijo Remus.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puer­ta, y Jaly y Harry tuvieron que contentarse con un trozo de suelo y ta­parse con la manta más delgada.
-esa si que me la paga-dijo Lily furiosa quitándole el pergamino de bromas a Sirius, donde se había puesto a escribir, este no dijo nada, Lily anoto algunas cosas y se lo devolvió a Sirius. Este sonrió malignamente.
-Eres malvada Pelirroja-dijo Sirius- me sorprendes.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Los hermanos no podían dormir. Harry se estremecía y daba vueltas, tratan­do de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj lumi­noso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry y Jaly de que tendrían once años en diez minutos. Esperaban acostados a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más ca­lor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que po­dría robar una.
Jaly empezó a leer mas bajito.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?
Jaly dirigió su mano a su varita
Un minuto y tendría once años.
Jaly cada vez leía mas bajito.
 Treinta segundos... vein­te... diez... nueve...
La  voz de Jaly era apenas un susurro y todos se habían acercado involuntariamente para escuchar.
tal vez despertara a Dudley, sólo para mo­lestarlo... tres... dos... uno...
BUM.
Jaly había hecho el sonido de la explosión tan fuerte que había hecho gritar a todos, tods las caras reflejaban susto. Todas, excepto Jaly, que estaba en el piso de la risa.
Todos empezaron a reclamarle.
-De.... debie....debieron ver...sus...caras-dijo Jaly entre risas.
-No fue gracioso-dijo Sirius.
-Debes admitirlo que lo fue-dijo Jalylogrando calmarse un poco.
-Tal vez-dijo Sirius sabiendo que si ahijada iba a ganar.
-Porque lo hiciste-dijo Lily.
-Me venció la tentación -dijo Jaly, y ya que seguía riendo, y no lograba terminar de calmarse. Lily termino de leer
Toda la cabaña se estremeció y Jaly se enderezó, mi­rando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.
-Termino el capitulo-dijo Lily.
-Quien será que esta afuera-dijo Remus.
-Tal vez lo diga en el próximo capitulo-dijo Hagrid.
-Pero ahora a comer-dijo Sirius-que no aguanto ni un minuto más.

2 comentarios:

  1. hola!! ('.')/ empece a leer tu historia en potterfics y despues aqui! definitivamente me encanta!! por favor siguela!! est5oy ansiosa por saber que pasa!!

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